miércoles, 7 de julio de 2010

EL ORDEN COSMICO

Si uno es juicioso –dijo finalmente-, no pregunta si hay sentido en las cosas. Uno hace su trabajo y deja el problema del mal al propio metabolismo. Eso sí tiene sentido.
Porque eso no es uno mismo. No es humano, sino parte del orden cósmico. Ese es el motivo por el cual los animales no tienen preocupaciones metafísicas. Como son idénticos a su fisiología, saben que hay un orden cósmico. En cambio los seres humanos se identifican con el afán de hacer dinero, por ejemplo. O con la bebida, o con la política, o con la literatura. Nada de lo cual tiene que ver con el orden cósmico. Es así como descubren que nada tiene sentido.
Aldous Huxley El Tiempo debe detenerse


Si uno es juicioso termina por dejar de lado la posibilidad de experimentar, de conocer y de reconocer un mundo pleno de matices. Esos matices son la sal y la pimienta de la vida. A veces me pregunto porque el humano busca afanosamente la perfección. Una perfección construida a partir de lo estandarizado como normal, bello y confortable. Perdemos infinidad de oportunidades al ser juiciosos.

Harsha, la más pequeñita de mis hijos gatos, es la viva representación de los hermosos matices que ofrece la vida. De vivir en armonía bajo un orden cósmico.

Un día tomé la decisión de adoptar un gato con alguna discapacidad. Sentí la necesidad de brindar un espacio de protección y cariño a un ser que posiblemente no tendría la oportunidad de un hogar. Hay tantos y tantos perros y gatos en refugios que aquellos que no entran dentro de los estándares de lo normal y bello ven reducida al mínimo la posibilidad de tener una familia.

La historia de cómo Harsha quedó ciega es un misterio. Un día apareció una persona en la veterinaria de mi amiga Denisse con una gatita de escaso mes y medio de edad. Estaba en muy malas condiciones de salud. Esta persona la dejó ahí argumentando que había una camada de gatitos y que ese gatito estaba mal de los ojos… ¿mal­­­­? Harsha tenía sus dos ojos en pésimas condiciones, ambos fuera de la órbita y con una infección tan tremenda que le sangraban.

Julio y Denisse se dedicaron a cuidar a Harsha en su clínica por casi 2 meses. La llevaron con un amigo veterinario especialista en oftalmología. Le compraron sus medicinas, le estuvieron dando tratamiento y cuidándola para que se curara. Harsha se fue recuperando.

Anteriormente ya había platicado con mis amigas Patapirata de mi inquietud por adoptar un gato con alguna discapacidad. Es así como un día abrí mi correo y encontré un mail de Anapirata, en el que Rosalba (madrina de Harsha) le comenta que hay una gatita ciega en la veterinaria de Denisse y Julio, que estaba en recuperación y que querían saber si habría alguien interesado en adoptarla.

El corazón me dio un vuelco. Mi plan de adoptar ese gatito se hizo realidad de un día para otro. Al principio sentí miedo, no sé porqué me había hecho a la idea de alguna discapacidad motriz y cuando me enfrenté a la realidad de tener un gato ciego no supe qué hacer. En fin, contra todos mis temores y mi angustia (de no saber si yo daría el ancho para esa pequeñita) me puse a investigar en internet y a preguntar con mis amigos veterinarios. Jimenapirata, mi hermana, me ayudó mucho a encontrar información importante para saber cómo manejar a un gato ciego.

Pasaron los días y llegó el momento de ir a recoger a la gatita. Días antes pasé una tarde en casa de Anapirata y ella me ayudó a encontrarle el nombre ideal. Después de mucho buscar encontramos un nombre perfecto: Harsha, que significa felicidad en sánscrito. Ese sería el destino que debía marcarla para toda su vida. Ser una gatita feliz y amada.

Llegué a la veterinaria de Denisse y Julio con mi transportadora en la mano. Harsha estaba hermosa, a pesar de la terrible infección sus ojos estaban casi restablecidos. La angustia de la espera durante su recuperación fue porque si no se lograba que ambos ojitos se desinflamaran y regresan a las órbitas, se los hubieran tenido que extraer. No fue así.

Feliz y preocupada me llevé a Harsha a casa. La presenté con sus hermanos gatos (Tita, Lolo y Fío). Los gatos adultos suelen ser muy reacios a la llegada de otros animales a casa, tardan tiempo en aceptar al nuevo integrante. Poco a poco, con vigilancia y con paciencia logramos que los 3 gatos se adaptaran y aceptaran a Harsha.

Lo más importante con un animal ciego es procurar que todo permanezca en el mismo sitio, no cambiar los muebles de lugar (ellos construyen un mapa mental de su entorno) y tratar de no dejar cosas en el paso con las que pueda chocar (como la mochila, la cubeta del trapeador, etc). Los gatos ciegos tienen la facultad de desarrollar aun más el oído y ser mucho más sensibles con el pelo de sus orejas y bigotes.

Harsha rápidamente se fue adaptando a su entorno. Empezó a explorar con cuidado los espacios. Le enseñamos a subir y a bajar de la cama para calcular las distancias de sus brincos. Ahora ella, cuando se da cuenta de alguna superficie que puede explorar, primero se estira para tocar con sus patas delanteras, aguza el oído y salta. Se sube a todas partes, al igual que sus hermanos. No hay mesa, sillón u objeto que no haya sido explorado por Harsha. Incluso hoy, juega tan ágilmente con sus hermanos que se da el lujo de corretearlos por toda la casa.

Sólo hay que tener ciertas precauciones para evitar que corra peligro o se lastime.

Siempre ventanas bien cerradas o con malla para que no se caiga, en verdad explora todo. La tapa del escusado debe estar siempre abajo. No dejar cubetas con líquidos de limpieza, de un brinco puede caer dentro. Siempre bajo supervisión cuando abrimos la puerta de la terraza, es tan audaz que calcula perfectamente la altura de un objeto con sólo aguzar el oído. Ya me pegó un susto cuando tranquilamente brincó al borde del barandal del balcón! Obvio barandales también con malla. Nada de velas encendidas sin supervisión. La arena de su caja siempre muy muy limpia. No dejar objetos con punta o filo. Hay que aplicar criterio en el día con día.

La experiencia de tener a Harsha en la familia, es inigualable. Me ensenó el valor de luchar contra cualquier adversidad. Me demostró su enorme capacidad de adaptación y el placer de disfrutar cada cosa de su entorno. Me sorprendí con la chispa de su sorpresa al ir descubriendo cada objeto de la casa, los aromas y sonidos. Me alegré al verla feliz jugando con sus hermanos gatos (por cierto, es muy recomendable con animales ciegos darles juguetes que hagan sonidos como pelotas con cascabeles). La felicidad de verla descubrir un mundo a su alrededor es una sensación que no se puede explicar. Por eso su nombre la ha marcado en su destino.

Si dejamos a un lado los juicios que diariamente damos sobre las personas y demás seres vivos, nos daremos la oportunidad de experimentar una infinidad de placeres y emociones. ¿Qué no lo bello es aquello que vale por sí mismo? Cuando dejemos a un lado juicios de valor podremos realmente apreciar la vida por lo que vale, por los pequeños momentos que la complementan, por dar y recibir sin trueques, por aceptar y aceptarnos en nuestra esencia.

Esto es lo que a través del tiempo, Harsha y todos aquellos animales que me han acompañado durante mi vida, me han ensenado. A querer sin el afán de una perfección exterior, sin la necesidad de nada a cambio. A vivir bajo un armonioso orden cósmico.


martes, 13 de abril de 2010

EL GATO QUE MARCÓ MI VIDA

Ahora que estamos estrenando página web y estamos celebrando nuestra segundo aniversario Patapirata, es buen momento para recordar con alegría nuestras experiencias juntas, todo lo que nos hizo llegar hasta el día de hoy y las vivencias del pasado que han construido el camino hasta este lugar.

Les voy a platicar una historia de esas que pocas hay, con final feliz.

En 1986 yo estaba en segundo de secundaria. Un día nos mandaron hacer un trabajo en equipo así es que una amiga fue a mi casa y ahí estuvimos haciendo el dichoso trabajo. Al terminar, aprovechamos para salir un rato al parque que está frente a la casa de mis papás (hoy ya no vivo ahi). Sacamos un frezby para jugar un rato. En eso estábamos cuando se escuchó un maullido chilloncito de un gato bebé. Al buscar al gato cual fue mi gran sorpresa, era una pequeñita, negra negra muy bonita pero se arrastraba para caminar. Las patas de atrás no las podía mover y se jalaba con las delanteras. Como siempre y desde niña, no pude dejar a la gatita abandonada a su suerte. Me fui detrás de ella hasta la calle siguiente, varias casas. La gatita se metió entre unas rejas al jardín de una casa y ahí estuve llamándola con maullidos para que saliera. Finalmente logré que saliera de la casa, la tomé con cuidado y la coloqué sobre el Frezby con el que jugábamos.

Me fui corriendo a casa y le pedí a mi mamá que me dejara tenerla esa noche para poderla llevar al veterinario. No hubo problema. Al otro día la llevamos a consulta, la pobre gatita habría sufrido quizá un escobazo marca diablo o un portazo, ya que su cadera y fémur estaban fracturados. Mi papá, que también es gran amante de los gatos, pagó la cirugía, medicinas y consultas para que la gatita se recuperara. Bueno, no supimos que era hembra ni que tenía 3 meses de edad hasta que la llevamos a la consulta.

A los pocos días decidimos que la gatita formaría parte de la familia. Mi papá y yo nos dimos a la tarea de ponerle nombre. Una gatita anterior, que había vivido en casa un par de meses antes y murió envenenada cuando el jardinero fumigó el jardín, se llamaba Chabachina. Casualmente Chabachina también era negra negra y hembra. Ahora a la nueva integrante de la familia mi papá la nombró Chabacha en honor a la gatita que murió. Chabachina y Chabacha derivaron de “Azabache” que significa negro.

Chabacha se recuperó bastante bien de sus lesiones. Le pusieron un clavo en el fémur y un yeso que le cubría toda la cadera, se aprovechó esa misma cirugía para esterilizarla. Después de un mes más o menos, se restableció completamente. La patita que estaba rota le quedó como 1cm más chiquita que la otra, por lo que cojeaba, pero nada le impedía llevar una vida normal de gato. Trepaba por los árboles, rondaba en la azotea, en las bardas y corría muy bien!

Mi mamá nunca nos permitió meter a ningún perro o gato dentro de la casa. Chabacha vivía en el jardín y dormía en un cuarto que estaba en la parte trasera de la casa y que se usaba como bodeguita de jardinería y demás cosas. Ahí tenía su camita y en la noche la metíamos y cerrábamos la puerta para que estuviera calientita. Con el paso de los años y nuestros ruegos, se le permitió a Chabacha entrar sólo al estudio de mi papá en donde tenía el despacho de su negocio y su biblioteca.

Los primeros años de vida de Chabacha le tocó aguantar que la disfrazáramos con ropa de las muñecas y tolerar algunos paseos en el jardín dentro del carrito del mandado. Siempre fue tan noble que soportó todas esas cosas que hacen los niños y que ahora me choca ver. Al regresar de la escuela siempre nos esperaba sentadita junto a la puerta. Al abrir caminaba junto a Jimena y a mi maullando, como si nos estuviera preguntando -¿cómo les fue?-.

En una ocasión la llevamos a vacunar con el mismo veterinario de siempre, que era un vecino de la calle siguiente. Por supuesto que en aquél entonces no tenía idea de que existían los kenel o transportadoras, así es que la expedición a las vacunas era en brazos. Algo espantó a Chabacha y se me zafó de los brazos, se fue corriendo hasta que la perdí de vista. En casa, mi papá, Jimena y yo estábamos desconsolados. Chabacha se había ido. Pasó el jueves, regresamos de la escuela y nada. El viernes igual y al regresar, nada. El sábado buscándola por todas partes, nada. Fue hasta el domingo que cuando mi papá salió muy temprano por su periódico la escuchó maullar y salir de abajo de un coche,
-¡Chabacha regresó!-, salimos como bólidos y ahí estaba, maullando de hambre. ¡Condenada gatita!, ¡que susto! Comió hasta hartarse y durmió 3 días seguidos. Después de esa ocasión, jamás volvió a asomar un bigote a la calle.

La vida de Chabacha fue plena y feliz. Fue uno de esos gatos con suerte. Llegó a una casa en donde todos la quisimos mucho. Sólo una vez se escapó a la calle y una sola vez se enfermó. Fue una gatita muy sana. Al pasar los años y envejecer fue perdiendo dientes, los demás se le tuvieron que quitar porque ya estaban muy mal. Poco a poco se le cayeron los bigotes. Los últimos años de su vida yo no tenía retráctiles las uñas. A veces esperaba pacientemente a que alguien le ayudara a desatorar sus garras de la alfombra del estudio de mi papá. Eso si, hasta el último día exigió su desayuno de manera puntual, y si no era así maullaba fuertemente exigiendo sus croquetas.

Chabacha murió en julio de 2006, a sus 20 años. Después de varias semanas de su partida yo la seguía escuchando y estoy segura de haber visto su negra silueta sentada a la puerta del estudio de mi papá. Decidimos incinerarla y depositar sus cenizas en el jardín, junto a las ventanas del estudio. Ahí sembramos una planta que cada primavera da unas flores muy bonitas y muy coloridas. También dejamos una bandeja con agua para que los 2 gatos negros adoptados de mi papá la visiten cada que vez van a beber.

Los recuerdos de la familia son antes y después de Chabacha. Fue tan fuerte su presencia en esa casa que amigos y familia la recuerdan bastante bien. Gracias a que ella me escogió ese día en el parque y decidió quedarse en casa, logré aprender mucho de los gatos y amarlos como lo que son, seres profundos y mágicos.

Ahora que no está físicamente conmigo, sólo le puedo decir: gracias Chabacha por dejarme compartir 20 años de mi vida contigo, gracias por todas las enseñanzas, gracias por tu amor y tu paciencia. Te quiero y te mando un beso en donde quiera que hoy estés. Siempre te recordaré.


Chabacha y yo. Navidad de 1992.