martes, 13 de abril de 2010

EL GATO QUE MARCÓ MI VIDA

Ahora que estamos estrenando página web y estamos celebrando nuestra segundo aniversario Patapirata, es buen momento para recordar con alegría nuestras experiencias juntas, todo lo que nos hizo llegar hasta el día de hoy y las vivencias del pasado que han construido el camino hasta este lugar.

Les voy a platicar una historia de esas que pocas hay, con final feliz.

En 1986 yo estaba en segundo de secundaria. Un día nos mandaron hacer un trabajo en equipo así es que una amiga fue a mi casa y ahí estuvimos haciendo el dichoso trabajo. Al terminar, aprovechamos para salir un rato al parque que está frente a la casa de mis papás (hoy ya no vivo ahi). Sacamos un frezby para jugar un rato. En eso estábamos cuando se escuchó un maullido chilloncito de un gato bebé. Al buscar al gato cual fue mi gran sorpresa, era una pequeñita, negra negra muy bonita pero se arrastraba para caminar. Las patas de atrás no las podía mover y se jalaba con las delanteras. Como siempre y desde niña, no pude dejar a la gatita abandonada a su suerte. Me fui detrás de ella hasta la calle siguiente, varias casas. La gatita se metió entre unas rejas al jardín de una casa y ahí estuve llamándola con maullidos para que saliera. Finalmente logré que saliera de la casa, la tomé con cuidado y la coloqué sobre el Frezby con el que jugábamos.

Me fui corriendo a casa y le pedí a mi mamá que me dejara tenerla esa noche para poderla llevar al veterinario. No hubo problema. Al otro día la llevamos a consulta, la pobre gatita habría sufrido quizá un escobazo marca diablo o un portazo, ya que su cadera y fémur estaban fracturados. Mi papá, que también es gran amante de los gatos, pagó la cirugía, medicinas y consultas para que la gatita se recuperara. Bueno, no supimos que era hembra ni que tenía 3 meses de edad hasta que la llevamos a la consulta.

A los pocos días decidimos que la gatita formaría parte de la familia. Mi papá y yo nos dimos a la tarea de ponerle nombre. Una gatita anterior, que había vivido en casa un par de meses antes y murió envenenada cuando el jardinero fumigó el jardín, se llamaba Chabachina. Casualmente Chabachina también era negra negra y hembra. Ahora a la nueva integrante de la familia mi papá la nombró Chabacha en honor a la gatita que murió. Chabachina y Chabacha derivaron de “Azabache” que significa negro.

Chabacha se recuperó bastante bien de sus lesiones. Le pusieron un clavo en el fémur y un yeso que le cubría toda la cadera, se aprovechó esa misma cirugía para esterilizarla. Después de un mes más o menos, se restableció completamente. La patita que estaba rota le quedó como 1cm más chiquita que la otra, por lo que cojeaba, pero nada le impedía llevar una vida normal de gato. Trepaba por los árboles, rondaba en la azotea, en las bardas y corría muy bien!

Mi mamá nunca nos permitió meter a ningún perro o gato dentro de la casa. Chabacha vivía en el jardín y dormía en un cuarto que estaba en la parte trasera de la casa y que se usaba como bodeguita de jardinería y demás cosas. Ahí tenía su camita y en la noche la metíamos y cerrábamos la puerta para que estuviera calientita. Con el paso de los años y nuestros ruegos, se le permitió a Chabacha entrar sólo al estudio de mi papá en donde tenía el despacho de su negocio y su biblioteca.

Los primeros años de vida de Chabacha le tocó aguantar que la disfrazáramos con ropa de las muñecas y tolerar algunos paseos en el jardín dentro del carrito del mandado. Siempre fue tan noble que soportó todas esas cosas que hacen los niños y que ahora me choca ver. Al regresar de la escuela siempre nos esperaba sentadita junto a la puerta. Al abrir caminaba junto a Jimena y a mi maullando, como si nos estuviera preguntando -¿cómo les fue?-.

En una ocasión la llevamos a vacunar con el mismo veterinario de siempre, que era un vecino de la calle siguiente. Por supuesto que en aquél entonces no tenía idea de que existían los kenel o transportadoras, así es que la expedición a las vacunas era en brazos. Algo espantó a Chabacha y se me zafó de los brazos, se fue corriendo hasta que la perdí de vista. En casa, mi papá, Jimena y yo estábamos desconsolados. Chabacha se había ido. Pasó el jueves, regresamos de la escuela y nada. El viernes igual y al regresar, nada. El sábado buscándola por todas partes, nada. Fue hasta el domingo que cuando mi papá salió muy temprano por su periódico la escuchó maullar y salir de abajo de un coche,
-¡Chabacha regresó!-, salimos como bólidos y ahí estaba, maullando de hambre. ¡Condenada gatita!, ¡que susto! Comió hasta hartarse y durmió 3 días seguidos. Después de esa ocasión, jamás volvió a asomar un bigote a la calle.

La vida de Chabacha fue plena y feliz. Fue uno de esos gatos con suerte. Llegó a una casa en donde todos la quisimos mucho. Sólo una vez se escapó a la calle y una sola vez se enfermó. Fue una gatita muy sana. Al pasar los años y envejecer fue perdiendo dientes, los demás se le tuvieron que quitar porque ya estaban muy mal. Poco a poco se le cayeron los bigotes. Los últimos años de su vida yo no tenía retráctiles las uñas. A veces esperaba pacientemente a que alguien le ayudara a desatorar sus garras de la alfombra del estudio de mi papá. Eso si, hasta el último día exigió su desayuno de manera puntual, y si no era así maullaba fuertemente exigiendo sus croquetas.

Chabacha murió en julio de 2006, a sus 20 años. Después de varias semanas de su partida yo la seguía escuchando y estoy segura de haber visto su negra silueta sentada a la puerta del estudio de mi papá. Decidimos incinerarla y depositar sus cenizas en el jardín, junto a las ventanas del estudio. Ahí sembramos una planta que cada primavera da unas flores muy bonitas y muy coloridas. También dejamos una bandeja con agua para que los 2 gatos negros adoptados de mi papá la visiten cada que vez van a beber.

Los recuerdos de la familia son antes y después de Chabacha. Fue tan fuerte su presencia en esa casa que amigos y familia la recuerdan bastante bien. Gracias a que ella me escogió ese día en el parque y decidió quedarse en casa, logré aprender mucho de los gatos y amarlos como lo que son, seres profundos y mágicos.

Ahora que no está físicamente conmigo, sólo le puedo decir: gracias Chabacha por dejarme compartir 20 años de mi vida contigo, gracias por todas las enseñanzas, gracias por tu amor y tu paciencia. Te quiero y te mando un beso en donde quiera que hoy estés. Siempre te recordaré.


Chabacha y yo. Navidad de 1992.